El ser humano se diferencia de otros seres vivos por el reconocimiento de su propia existencia, y consecuentemente la certeza del fin de la misma. Eso condiciona toda su vida. Consecuentemente con ello una situación le recuerda permanentemente este pricipio: a medida que madura su espíritu y crece en edad, se degrada progresivamente su envase corporal.
Desde las más remotas manifestaciones artísticas vemos representado el cuerpo, dado que está sujeto a múltiples connotaciones y cuando se convierte en imagen artística, esas asociaciones se potencian tanto simbólicamente como estéticamente.
El cuerpo en su dimensión narcisita y de la buena forma así como sustancia gozante ha sido largamente estudiado por el psicoanálisis.
Hoy lo alterado es la realidad, y un sencillo y rápido corte de algo que cuelga y sobra, ajusta el cuerpo equivocado a la imagen que de él se tiene como real, generando, en algunos casos, cuerpos inertes. En la obra de Marcelo Visentini podemos vislumbrar su extensa y crítica conexión con la cáscara y más aún, la exploración concisa de esa interioridad, todas formas de ese mismo principio y final...
Elizabeth Torres